La Maldición de la Casa Aramberri

Voces en el Muro

Gabriela Zamora, historiadora especializada en crímenes sin resolver, llegó a Monterrey con un objetivo claro: investigar el caso más perturbador de la ciudad, el doble asesinato de 1933 ocurrido en una casa porfiriana de la calle Aramberri.

La prensa de la época había señalado que dos mujeres —madre e hija— fueron degolladas con una crueldad insólita. Los responsables fueron capturados, pero las versiones nunca coincidieron. Algunos hablaban de un intento de robo; otros, de un crimen pasional. Sin embargo, con el tiempo, comenzaron a surgir rumores: los testigos enloquecieron, los policías murieron poco después, y a los pocos meses la casa fue abandonada para siempre.

Gabriela no iba sola. Formó un pequeño equipo para documentar la investigación:

  • Tomás Navarro, su primo, fotógrafo documental.
  • Isela Montemayor, estudiante de parapsicología, quien había tenido experiencias cercanas con lo inexplicable.
  • Santiago Rivas, arquitecto restaurador del INAH, que llevaba años obsesionado con los planos ocultos de las casas porfirianas.

Juntos alquilaron una pequeña casita a pocas cuadras del lugar. Gabriela consiguió acceso a documentos que no estaban disponibles para el público: informes periciales con tachaduras, diarios policiales y cartas escritas por vecinos de la época. Todo apuntaba a lo mismo: esa casa no solo fue escenario de un crimen… fue el inicio de algo más oscuro.

El Símbolo

Una semana después de su llegada, Santiago descubrió en los planos originales algo inquietante: una habitación que no figuraba en la estructura actual. Estaba detrás del sótano. Una extensión sin ventanas, sellada desde dentro.

Isela, al revisar los informes, encontró la descripción de un símbolo grabado en el suelo, justo donde se hallaron los cuerpos: una especie de triángulo con runas alrededor. Ella creía haberlo visto antes, en un grimorio de invocación encontrado en un convento abandonado en Oaxaca.

Tomás, por su parte, notó que en las fotografías de la escena del crimen, la posición de los cuerpos sugería un patrón ritual. No estaban desordenados. Estaban colocados.

Gabriela estaba convencida de que la verdad seguía encerrada en esa casa. Por eso, la noche del 17 de marzo, decidieron entrar.

La Noche en la Casa

Usaron una entrada trasera, saltando una barda oxidada. La puerta estaba hinchada por la humedad, pero Santiago logró forzarla. Entraron poco antes de la medianoche, con linternas, cámaras, grabadoras y un par de objetos protectores que Isela llevó “por si acaso”: sal negra, una vela bendita, y un crucifijo de obsidiana.

El interior era un sarcófago de polvo, madera podrida y silencio. A pesar del calor exterior, dentro hacía frío. No el tipo de frío natural, sino uno que parece venir de la tierra misma.

En la cocina, los platos aún estaban en su sitio. Como si alguien hubiese salido a la tienda y nunca regresado. Las habitaciones del piso de arriba eran solo cascarones de yeso con techos resquebrajados. Pero el sótano… el sótano parecía intacto.

Isela fue la primera en notar algo raro. El péndulo que llevaba en el cuello comenzó a girar por sí solo. Tomás comenzó a grabar. Al enfocar hacia el fondo del sótano, la cámara captó un destello. Gabriela, intrigada, colocó la fotografía de las víctimas en el suelo, justo donde el informe decía que fueron halladas.

En ese momento, el tiempo se detuvo.

El Murmullo Bajo la Tierra

Una ráfaga de viento los envolvió desde dentro de la casa. Las linternas parpadearon. Del fondo del sótano, comenzó a escucharse un lamento. Primero bajo, casi un susurro, luego más fuerte, como si alguien llorara atrapado detrás de la pared.

Santiago se acercó al muro que, según el plano, ocultaba la habitación perdida. Golpeó suavemente… y escuchó tres golpes de regreso.

Tomás, temblando, continuó grabando. En la pantalla, algo se asomaba por un hueco en la pared: un ojo. Pequeño, infantil… y completamente negro.

Isela gritó. El suelo tembló levemente. Una grieta se abrió en la pared, y de ella comenzó a salir un líquido espeso, oscuro como brea. Las linternas se apagaron. Las cámaras se trabaron.

Gabriela intentó mantener la calma. Tomó su libreta, intentó anotar… pero su pluma comenzó a sangrar. No tinta. Sangre. Gotas pequeñas que manchaban el papel con cada palabra.

—No es la madre… ni la niña —susurró Isela—. Hay otra cosa aquí. Algo que nació con su muerte.

El Otro

Del centro del cuarto surgió una figura. Primero humo. Luego forma. Una mujer flotando, con la garganta abierta de lado a lado, su boca congelada en un grito eterno. Sus ojos eran pozos vacíos. Su vestido blanco estaba empapado en sangre seca.

Pero detrás de ella… una sombra mucho más alta, más densa, con cuernos curvos y un rostro sin rasgos, observaba sin moverse.

El aire se volvió helado. Tomás cayó al suelo, su cuerpo rígido. Isela se cubrió los oídos y empezó a rezar. Santiago intentó arrastrar a Gabriela hacia la salida, pero ella seguía mirando fijamente al fondo, murmurando algo.

—”Lo trajeron… al jugar con fuego, lo trajeron…”

La entidad comenzó a avanzar. No caminaba. Flotaba. Cada paso que daba, el ambiente se descomponía. El piso se agrietaba, el concreto se volvía polvo. Las paredes se retorcían como si respiraran.

Gabriela al fin reaccionó. Corrió hacia la salida junto a los demás. La puerta se cerró tras ellos con un golpe seco.

Nadie Debe Saber

No recuerdan cómo llegaron a la calle. Solo que la casa quedó en silencio otra vez.

Tomás fue hospitalizado. No hablaba. Solo dibujaba el símbolo en los muros. Isela abandonó sus estudios. Desde entonces se refugia en un templo en Real de Catorce. Santiago nunca volvió a hablar del tema. Renunció al INAH y se marchó al sur.

Gabriela se quedó con una sola prueba: un audio grabado accidentalmente por la cámara de Tomás, antes de que se apagara.

En él, una voz infantil dice, casi cantando:

—Ya no estoy sola. Mamá trajo compañía.

Y luego… una risa que no pertenece a este mundo.

Desde entonces, nadie ha entrado a la Casa Aramberri por voluntad propia.

Y si alguna vez alguien lo hace…

que no olvide que no solo están las víctimas…
…también está lo que se despertó con su muerte.

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