Era una noche calurosa de verano. La luna, inmensa y plateada, iluminaba tenuemente el camino que cruzaba el bosque. La quietud de la noche era tan profunda que solo el susurro de las hojas agitadas por el viento interrumpía el silencio. Las luces de las casas ya se apagaban, y los habitantes del pueblo se resguardaban en sus hogares, como era costumbre.

Lucía y Javier, dos jóvenes de unos 20 años, vivían en una casa al borde del pueblo. El día había sido largo, y aunque ya era tarde, la necesidad de hacer unas compras de última hora los había sacado de sus casas. Decidieron tomar el antiguo camino rural que atravesaba el bosque, un atajo que, según ellos, no representaba peligro, aunque ya habían oído las historias sobre aquel lugar.
La Sombra Mortal que Persigue en la Noche
“Es solo una leyenda, Javier”, dijo Lucía con una sonrisa traviesa mientras tomaba las bolsas de víveres. “Este camino lo conocemos de sobra. Y si se hace tarde, la Viejita del Candil nos ilumina el paso, como siempre.”
Javier frunció el ceño. “No me hables de eso, Lucía. Es solo un cuento. Nada de eso es real.”
Lucía, con un destello de burla en los ojos, se adelantó, decidida a desafiar sus propios miedos. Javier la siguió a regañadientes. Sabía que no podría convencerla de volver, pero algo en su interior le decía que esa noche sería diferente.
El sendero al principio era cálido, y la luz de la luna filtraba entre las ramas de los árboles. Sin embargo, conforme avanzaban, la oscuridad se intensificaba. Los árboles parecían susurrar entre sí, y el aire se tornaba más denso. La sensación de estar observados comenzó a envolver a Javier, quien no podía dejar de mirar hacia atrás, sintiendo que algo o alguien los seguía. Sin embargo, Lucía no parecía notar su incomodidad, y continuaba con paso firme, al frente.
A lo lejos, en el corazón del bosque, apareció una luz tenue, cálida, como la de un candil. Lucía, siempre curiosa, no dudó en acercarse, ignorando la creciente sensación de incomodidad que Javier ya no podía esconder.
“Es ella… la Viejita del Candil”, susurró Lucía, acercándose al resplandor. “Es solo una leyenda, ¿verdad?”
Javier trató de detenerla, pero su voz se quebró por el miedo que lo envolvía. “No sigas, Lucía, no es buena idea.”
La Figura Fantasmal que Busca a los Solitarios
La figura que iluminaba el camino comenzó a hacerse visible: una mujer delgada, encorvada por el paso de los años. Su rostro, arrugado y marcado por el tiempo, era tan pálido que parecía reflejar la luz de su propio candil. El cabello blanco caía desordenado sobre su espalda, y su vestimenta, desgastada por los años, flotaba con un aire espectral. A pesar de su fragilidad, había algo en ella que no era humano, algo que congelaba el alma.

Lucía, sin miedo, se acercó aún más, fascinada. “¿Quién es usted?”, preguntó, mirando a la anciana con curiosidad.
La mujer no respondió de inmediato. Solo levantó la lámpara, dejando que la luz frágil iluminara la cara de Lucía. “He estado esperando…”, murmuró con voz rasposa, como si hablara a través de siglos de dolor. “Esperando a los que no creen.”
Javier, paralizado por el miedo, apenas pudo articular una palabra. “Lucía, no le hagas caso. Vamos, debemos irnos.”
Pero Lucía ya no podía moverse. Sus ojos se habían clavado en la anciana, como si una fuerza invisible la estuviera sujetando. “¿Qué quiere de nosotros?”, preguntó en un susurro, sin dejar de mirar a la mujer.
La anciana levantó la lámpara, y de repente, la luz del candil creció, iluminando todo a su alrededor, pero de una manera extraña, como si la luz misma fuera fría, inmensa y vacía. El aire a su alrededor se volvió pesado, y la oscuridad que los rodeaba pareció absorberlos.
“Vengo por ti… Lucía”, dijo la anciana con una voz que parecía provenir de otro mundo. “Porque has caminado por este sendero sin miedo. Pero ahora, este camino te pertenece.”
La Última Mirada a la Oscuridad
Javier sintió un nudo en el estómago y, con un grito ahogado, corrió hacia Lucía, intentando tomarla de la mano. Pero algo lo detuvo. Un frío helado lo envolvió. Miró a su alrededor, y de las sombras surgieron figuras vagas, sombras que danzaban alrededor de ellos, como si el bosque entero hubiera cobrado vida. Cada paso que daba lo alejaba de Lucía, quien parecía hipnotizada por la luz del candil.

“Lucía, ¡no la sigas!”, gritó Javier con desesperación, extendiendo la mano hacia ella.
Lucía, con una sonrisa en los labios, comenzó a caminar hacia la anciana, como si estuviera en trance. La luz del candil la envolvía, y su rostro se iluminaba con una expresión vacía, perdida en algún lugar lejano.
“Lucía, ¡por favor!”, suplicó Javier, pero su voz se desvaneció en la oscuridad.
Finalmente, cuando la luz del candil ya casi la había cubierto por completo, Lucía se detuvo. Sus ojos, ahora vacíos, se encontraron con los de Javier, pero ya no había reconocimiento en ellos. La mujer del candil había tomado su alma, y Lucía ya no era la misma.
La anciana la miró, y con un movimiento lento, levantó la lámpara, apagándola por completo.
En ese instante, el bosque volvió a sumirse en la oscuridad. La figura de Lucía ya no estaba. Solo quedaba Javier, temblando de miedo, mirando alrededor sin saber si lo que había vivido había sido real o si aún se encontraba atrapado en una pesadilla.
El Regreso a la Noche Eterna
El camino de regreso al pueblo fue largo y pesado. Javier no volvió a mirar atrás, pero algo lo perseguía: la sensación de que la Viejita del Candil nunca lo dejaría en paz, y que Lucía, su amiga, ahora pertenecía a esa oscuridad eterna.
La leyenda de la Viejita del Candil siguió viva en las historias del pueblo, y con el tiempo, nadie volvió a caminar por esos caminos después del anochecer, temerosos de que, alguna vez, la Viejita los reclamara también a ellos.