La Planchada: El Amor que Nunca Regresó

El hospital estaba en penumbras. Solo el murmullo de las máquinas y el ocasional susurro de los enfermeros rompían el silencio de la madrugada. En la sala de urgencias, un paciente convaleciente sintió una mano suave sobre su frente. La sensación era cálida, reconfortante. Apenas pudo abrir los ojos, pero alcanzó a ver una figura borrosa de una enfermera de uniforme impecable. Su expresión era serena, casi irreal.

—Descanse, pronto mejorará —susurró ella.

A la mañana siguiente, el paciente despertó sintiéndose mejor de lo esperado. Al preguntar por la enfermera que lo había atendido, nadie supo darle respuesta. Los enfermeros se miraron entre sí, con un gesto de reconocimiento y algo de temor. Uno de ellos se inclinó y murmuró:

—Has sido atendido por La Planchada.

Un amor que prometía ser eterno

La historia de Eulalia era bien conocida entre los pasillos del hospital. Décadas atrás, había sido una enfermera ejemplar, siempre impecable, dedicada y amable. Sus compañeros la admiraban, y sus pacientes la adoraban. Pero su corazón fue traicionado. Todo comenzó cuando conoció al joven doctor Juan Méndez.

Juan era encantador, con una sonrisa que inspiraba confianza y unas palabras que podían calmar hasta al enfermo más temeroso. Eulalia quedó cautivada por su gentileza, por la manera en que hablaba de sus sueños de salvar vidas. Él parecía igual de interesado en ella. Pasaban tiempo juntos, compartiendo cenas en la cafetería del hospital y largas conversaciones sobre el futuro. Él le prometió amor eterno, le habló de matrimonio, de una vida juntos.

Eulalia creyó en sus palabras con el fervor de quien nunca ha amado antes. Comenzó a hacer planes, a imaginar un hogar con él. Todo parecía perfecto, hasta que un día, sin previo aviso, Juan desapareció. No hubo carta, no hubo despedida. Solo un rumor que llegó a sus oídos: Juan se había casado con otra mujer en otra ciudad.

La traición y el dolor

El mundo de Eulalia se desmoronó en un instante. Se negó a creerlo al principio, esperando verlo regresar. Cada noche, su mirada se perdía en los pasillos del hospital, esperando su silueta. Pero con cada día que pasaba, su esperanza se convertía en dolor. Comenzó a enfermar, aunque seguía cumpliendo sus deberes con la misma disciplina de siempre. Su piel se tornó pálida, sus ojos perdieron su brillo. Apenas comía, apenas dormía. Se convirtió en una sombra de sí misma.

Día tras día, la tristeza la consumía. Sus compañeros notaron su cambio, pero ella se negaba a hablar. Hasta que una mañana, simplemente no despertó. Su cuerpo yacía en su pequeño dormitorio, con el uniforme perfectamente planchado a su lado. Había partido en silencio, llevándose con ella el dolor de un amor que nunca fue.

El espíritu que nunca se fue

Pero su espíritu jamás abandonó el hospital. Desde entonces, se dice que La Planchada aparece en las noches de mayor angustia, atendiendo a los enfermos, aliviando su dolor, guiándolos hacia la recuperación. Nunca se le escucha llegar ni partir, pero aquellos que han sentido su toque cuentan que es como una caricia del más allá.

Con el tiempo, más testimonios se sumaron. Una enfermera de guardia relató haber visto una figura de uniforme impecable deslizándose por el pasillo. Creyendo que era una compañera, intentó seguirla, pero al doblar la esquina, la mujer había desaparecido sin dejar rastro. En otra ocasión, un paciente en estado crítico fue encontrado estable a la mañana siguiente. “Una enfermera me cuidó toda la noche”, insistió. Pero ninguna enfermera estuvo en su habitación.

Una presencia que impone respeto

Entre los pasillos del hospital, algunos cuentan que La Planchada no siempre es amable. Se dice que, si un enfermero descuida su trabajo o trata mal a un paciente, ella aparece junto a su cama y lo observa fijamente, sin decir una palabra. La sensación es asfixiante, una presencia helada que no se disipa hasta que el enfermero se disculpa o corrige su error. Una joven practicante relató que, después de ignorar a un paciente mayor que pedía ayuda, despertó en la madrugada con la sensación de que alguien la observaba. Al girarse, vio la silueta de una mujer con uniforme planchado mirándola desde el umbral de la puerta. Al día siguiente, atendió con más cuidado a los pacientes, y la presencia nunca volvió a manifestarse.

Los trabajadores del hospital ya no se sorprenden cuando un paciente asegura haber sido atendido por una enfermera que no aparece en la nómina. Solo intercambian miradas y murmuran entre ellos. Nadie teme a La Planchada; al contrario, su presencia es un augurio de sanación. Sin embargo, todos saben que su alma aún no ha encontrado descanso.

En las noches más silenciosas, cuando los pasillos se sumen en la penumbra y solo se escuchan los latidos de las máquinas, algunos aseguran haber sentido su presencia. A veces, en las madrugadas más frías, un susurro recorre las habitaciones:

—Descanse, pronto mejorará.

Y entonces, la esperanza renace una vez más, mientras Eulalia sigue caminando entre los vivos, cumpliendo su eterno juramento.

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