Sac Nicté: La flor blanca y el último rey de Mayapán

En lo más profundo de la selva maya, donde los templos de piedra dormían bajo la luz de la luna y los dioses observaban desde los cielos, nació una historia de amor prohibido. Fue un amor que desafió las tradiciones, encendió una guerra y dejó un eco imborrable en las antiguas ciudades de Yucatán.

El nacimiento de la princesa de Uxmal

La noche en que Sac Nicté nació, un anciano sacerdote de Uxmal contempló el cielo y vio una estrella fugaz cruzar el firmamento. Lo tomó como un presagio y le dijo al gobernante de la ciudad:

—Esta niña crecerá con la belleza de la luna y el corazón de un jaguar. Su destino está escrito: será la unión o la ruina de los grandes reinos.

Sac Nicté creció rodeada de riqueza y privilegios, pero también de restricciones. Desde niña fue instruida en las tradiciones de su pueblo, aprendió a danzar en las ceremonias sagradas y a hablar con el respeto propio de una princesa. Sin embargo, dentro de su alma ardía un fuego que ni los muros del palacio ni las normas de la corte podían contener.

Una tarde, durante una festividad en Chichén Itzá, la princesa vio por primera vez a Canek. Era un joven fuerte y de mirada intensa, con la determinación de un líder y el espíritu de un guerrero. Sus ojos se encontraron solo por un instante, pero en ese momento, ambos supieron que sus destinos estaban entrelazados.

El compromiso con Ulil

A medida que Sac Nicté crecía, la política dictó su futuro. Su padre, buscando fortalecer su reino, la prometió en matrimonio a Ulil, el príncipe de un linaje poderoso en Uxmal. El acuerdo aseguraba la paz entre las grandes ciudades y reforzaba la alianza con Mayapán, donde el joven Canek había ascendido al trono.

La noticia cayó sobre Canek como un golpe del destino. Aunque sabía que su amor por Sac Nicté era imposible, su corazón no podía aceptar verla convertida en la esposa de otro.

El día del matrimonio fue anunciado. Se construirían templos en su honor, se ofrecerían sacrificios a los dioses y la unión sería celebrada con una gran ceremonia. Pero mientras los sacerdotes preparaban las ofrendas y los artesanos decoraban la ciudad, Canek preparaba otra cosa: su plan para recuperar a la mujer que amaba.

La gran boda y la irrupción de Canek

El día llegó. Uxmal se llenó de cánticos y danzas. Sac Nicté, vestida con un manto blanco adornado con jade y plumas de quetzal, caminaba hacia el templo principal con el corazón oprimido.

Las antorchas iluminaban las inscripciones sagradas, y el humo del copal ascendía al cielo. Ulil la esperaba con una sonrisa segura, convencido de que su destino estaba sellado.

Pero antes de que los votos fueran pronunciados, un rugido de guerra rompió la calma de la noche. Los guerreros de Canek irrumpieron en la ciudad como una tormenta.

Con el corazón palpitante, Sac Nicté vio a Canek aparecer entre la multitud, vestido con su armadura de guerrero y su lanza alzada. Sus ojos ardían con el fuego de los dioses.

¡Sac Nicté, ven conmigo! —gritó Canek, desafiando a todos los presentes.

La princesa sintió que el mundo a su alrededor desaparecía. Ya no había sacerdotes, ni dioses, ni alianzas políticas. Solo estaba su amor por aquel hombre que la llamaba con el alma.

Corrió hacia él sin dudarlo.

Los gritos de furia de Ulil se alzaron sobre el caos. Ordenó a sus guerreros capturarlos, pero los soldados de Mayapán estaban listos. La batalla estalló en las calles de Uxmal, entre el fuego y las sombras danzantes de las antorchas.

Con habilidad y rapidez, Canek condujo a Sac Nicté fuera de la ciudad, hacia la profundidad de la selva.

La maldición de Chichén Itzá

La traición de Canek no sería olvidada. Ulil, humillado y sediento de venganza, unió sus fuerzas con otros gobernantes. Un gran ejército se levantó para marchar contra Chichén Itzá.

Pero Canek sabía que la guerra estaba perdida antes de comenzar. Las fuerzas enemigas eran demasiadas, y la traición había condenado a su pueblo.

No esperó el ataque. En una decisión desesperada, dio la orden de abandonar la ciudad.

La noche antes de la invasión, los habitantes de Chichén Itzá partieron en silencio, dejando tras de sí templos, plazas y altares sagrados.

Cuando los ejércitos de Uxmal llegaron, encontraron una ciudad vacía, sumida en un silencio espectral.

Los sacerdotes dijeron que los dioses estaban furiosos y que una maldición caería sobre cualquiera que intentara habitar de nuevo la ciudad. Desde entonces, Chichén Itzá quedó abandonada, sus templos devorados por la selva.

Un amor eterno en la selva

La historia de Canek y Sac Nicté se convirtió en leyenda. Algunos dicen que lograron fundar un nuevo hogar en lo más profundo de la selva, donde vivieron hasta el final de sus días.

Otros afirman que nunca dejaron de vagar por el mundo, convertidos en espíritus errantes, buscando entre las sombras el recuerdo de su amor robado.

Y hay quienes juran que, en las noches de luna llena, si caminas por las ruinas de Chichén Itzá, puedes escuchar el eco de una voz femenina llamando a su amado entre las piedras dormidas.

Porque hay amores que ni el tiempo ni la muerte pueden borrar.

Desde entonces, los ancianos mayas cuentan la historia de Sac Nicté y Canek como una advertencia.

Dicen que si ves a una mujer vestida de blanco caminando entre los templos de Chichén Itzá al anochecer, no debes seguirla.

Porque si lo haces, podrías perderte en la selva… y nunca regresar.

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